FOOTING
Pasear por la playa de Poniente
la mañana del domingo es un privilegio que me regalo durante todo el invierno.
Mañanas soleadas con la sola compañía de mis perros, caminando por la tierra,
mirando las evoluciones de los dos canes,
un placer al alcance de pocos. Llegando al final del paseo y unos cientos de metros mas allá se encuentra
el chiringuito Hoyo 19, allí dirijo mis pasos para tomar café. Sentado tan
ricamente en la terraza que da a la orilla, disfrutando del buen trato que dan
en la casa, echo mi media hora de relax, para luego volver sobre mis pasos a
recoger el coche que dejé en la entrada del paseo. En todo el trayecto me voy
cruzando con corredores de fondo de todas las edades. Bandadas de muchachos y
muchachas, tan sobrados que da tiempo a oír retazos de conversaciones así como
las risas de unos y otras. Otros pasan con el aire justo para mover una
zapatilla detrás de otra y de vez en cuando pasa un profesional a toda mecha,
mas suena a trabajo que a deporte. Todos tienen en común las vestimentas
fluorescentes, para ser visibles desde muy lejos, casi todos conjuntados en
mayor o menor medida. El camino de vuelta lo hago por el paseo, ahí las ropas
cambian de perfil, la prenda reina es el
chándal, todo el mundo va equipado con uno, los colores fluorescentes se
cambian por cremas y ocres, al subir la edad media de la infantería
peripatética, los colores se difuminan. Deduzco yo, en mis cortas luces, que
los que marchamos tenemos tendencia a ser mas tristes que los corredores. Pero
siempre hay una excepción, la prueba viva de que la diversidad existe: No tiene
mas de cincuenta años, los pantalones ceñidos, de esos que llaman leggins,
apretando carnes que vieron mejores tiempos, camiseta verde flúor de escote
redondo, marcando canalillo, pintada y maquillada, las uñas a juego, una felpa
verde, gafas de marca, mas anchas que el escaparate del Bazar Oriental,
zapatillas rosas con las suelas blancas y por supuesto auriculares blancos a
juego. Barbilla alta, mirada en el infinito, paso arrollador, así marcha la buena mujer, partiendo la pana
domingo tras domingo. Observo de reojo las miradas de los otros caminantes, los
machos hacen la ola a escondidas de las hembras y estas hacen mohines cuando
las adelanta la hembra coloreada. Andar firme y continuo, personalidad arrolladora,
hasta los perros se apartan cuando pasa, cualquier día la ascienden y la
trasladan al camino de tierra, cojones y personalidad le sobran. Lo llaman
footing pero es algo más.
Le quiero dedicar este artículo a
un lector fiel, el bueno de Manolo Prieto, que regentaba con su mujer el kiosco
de Las Palmeras, se nos ha ido para
siempre, un lujo que un escritor de pueblo como yo, no se puede permitir.
Echaré de menos los comentarios que me mandabas con Manolo Montes. Que tengas
buen viaje, amigo.