Vistas de página en total

jueves, 16 de abril de 2015

EL NOMBRE DE LA CRIATURA

¡Luk! ¡Ven aquí! No es una frase de la guerra de las galaxias, estamos en la Explanadas, dando un paseo, una madre se dirige a su niño en ese término. El chiquillo juega con otros niños y la madre espera pacientemente para darle la merienda. Por lo que se ve, ha quedado obsoleto aquello de ponerle el nombre del padre, el de algún abuelo o cientos de nombres que nos ofrece el santoral, hay que ir más allá, clavarle el nombre a dolor al infante. Este, desde que nace, añade, a este valle de lagrimas, la obligación de arrastrar la lacra nominativa y ocurrente de unos padres con mucha personalidad el resto de su vida. Esto no quiere decir que no haya nombres en el santoral que son auténticas puñaladas traperas, todos conocemos algunos nombrecitos que han condicionado el espíritu del que lo lleva puesto, hasta dejarlo arrugado como una pasa. No es de extrañar que algunos Rivaldos hayan huido a Brasil a ser felices, por fin, dejando atrás a su actual familia por sentirse totalmente incomprendidos. Es la historia de  uno de ellos, licenciado en genética, ciento diez kilos de peso, amante  de la música clásica y con  la desgracia de tener un padre ocurrente, frutero y forofo de un futbolista. Toda una vida nadando a contra corriente, por culpa de una apresurada y alegre decisión nominativa (como no la sufres tu qué más da, el caso es demostrarle al mundo lo original que eres). Antiguamente, dada el alto índice de natalidad, las posibilidades de colocarte un nombre raro  aumentaban según el orden de nacimiento. Con el primer hijo la cosa estaba clara, se llamaba como el padre o la madre, el segundo era como las abuelas o los abuelos, el siguiente como el del padrino o la madrina, pero cuando era una familia de diez hijos siempre quedaba el recurso de ponerle el santo del día, lotería criminal, en virtud de la cual, te puedas encontrar a algún: Honorario, Ataulfo, Ladislao, Pantaleona, Fidelfo y una larga lista de destrozos nominativos, verdaderas lacras que han marcado  la vida de los que cargan con el nombrecito, por mucho que ellos sostengan lo contrario. El hecho diferencial está bien pero sin pasarse. Hace poco han llegado  noticias  de nuestro Rivaldo, el que marchó a Brasil. Son muy buenas, se ha casado con una escultural mulata, de esas que llevan un bikini pequeño, tamaño diapositiva, ha encontrado trabajo en lo suyo y van a ser pronto padres de un hijo al cual van a poner de nombre Manolo, para que  emigre a España, huyendo del puteo que le harán los brasileños llamándole Manoliño. Ósea que hay vida después de que te maldigan con un nombre raro, Brasil ha sido la tierra prometida para Rivaldo. Así las cosas me pregunto yo:  ¿Dónde irá el joven Luk a buscar la suya?