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martes, 5 de mayo de 2015

PERRERIAS

Una tarde cualquiera de la semana, Nerón y yo nos echamos a la calle para cumplir con el rito del paseo perruno vespertino, son casi las nueve de la noche y el perro tiene prisa por llegar. A paso ligero cruza el aparcamiento del mercado, meando con urgencia en cinco o seis sitios, no quita la vista del frente, la urgencia no es por mear es por llegar. Cruza al trote la plaza de los Agustinos y sale al recoveco del teatro Calderón, caga mirándome a la cara, da dos patadas sobre el piso y sale a escape para la Plaza de España,  paro a recoger  el mojón y lo dejo en una papelera. Tranquilamente me dirijo a la plaza, aquello es el paraíso perdido de los canes. Trece o catorce perros (a veces más), juegan entre si mientras los amos los observan. Los hay de todos los tamaños y todas las razas, todos parecen llevarse bien. Mi perro que ya tiene diez años, ha rejuvenecido desde que frecuenta la plaza, corre como un gamo detrás de la pelota entre los demás perros, ha recuperado las ganas de juego de antaño. Los dueños tratan a todos los perros con cariño, recordando el ambiente al de una guardería infantil. Los nombres de los perros habituales son asumidos por el grupo de personas como si fueran los dueños: La dulce Mikaela, el impresionante Bronco (un labrador negro), Lucas el bulldog supersónico, Kaiser majestuoso pastor alemán, Bruno el inadaptado del grupo, Tara la sensible, Noa la velocista, Fran el buena gente,  Dunia la indisciplinada, Arena el jugador, Niki el perro amable, boby el Beagle divertido, Luna la dálmata atlética etc.etc. Aparte de los habituales, todos los días se suma algún perro más al grupo, bien porque pasan por la plaza o porque vienen a quedarse. Cuando llega un perro nuevo se monta un ritual de admisión a la manada, todo quisque canino repasa el culo del recién llegado para introducirlo en su escala de olores. El perro/a soporta estoicamente el examen y oye los ladridos de Bruno, el perro más díscolo con esto de conocer gente nueva. La convivencia canina producto de la socialización animal funciona en esa plaza, los egos de los dueños se dejan  fuera, instinto de manada regulada por canes y dueños. De vez en cuando, la protesta de algún viandante, distorsiona el ambiente apacible del centro de la plaza. Todo producto de los prejuicios basados, fundamentalmente,  en esa fauna que no recogen los excrementos de su perro, nada que ver con esta gente que trata bien a su pueblo y a sus perros. Mañana del día dos de mayo, saco a pasear por las Explanadas a Nerón, una inmensa montaña de desperdicios corona todo el jardín central del paseo y las dos vías de los lados. Dos mujeres de la limpieza pelean contra la mierda rampante, me dicen que han llenado dos contenedores y le quedan otros tres más por lo menos. Ante tanto desperdicio, opto por tirar del perro e irme a pasear por otro sitio. Después de ver lo que somos capaces de hacer los humanos yo tengo una pregunta: ¿De verdad la culpa de la suciedad en las ciudades la tienen los perros? Mientras escribo esto, mi perro duerme apaciblemente a mis pies, de vez en cuando abre un ojo controlando la luz de la ventana, espera su hora de Plaza. Hoy no podemos ir compañero, hay cruces y mañana basura.