LA FIESTA NACIONAL
Tres de la tarde de un sábado, el
sueño de un hombre de su casa, echarse la siesta. Desparramado en el sillón,
mirando la tele, comienzas a perder la consciencia y cuando quieres acordar son
las seis de la tarde, ese cuerpo ya esta listo para lo que sea menester,
reparado de una semana de ajetreo y trajín. Frontera entre dos universos, lo de dormir por la noche suena a
respirar fuerte, asignatura obligatoria,
mientras que lo otro es para virtuosos. La siesta es un lujo asiático, manque lo hagas en mitad de la
Avenida de Salobreña, una siesta es una siesta. Felices me las prometía yo este
sábado, mi parienta y su hermana se iban a Granada a ver a una sobrina. A mi me
habían dejado un guisillo y el encargo de que no pusiera nada por medio, afuera
aparte del paseo nocturno de Nerón, a la sazón mi perro y compañero de fatigas.
Después de papearme el guiso, bajo la
atenta mirada del perro, nos fuimos los dos al salón a cumplir con el rito del
sesteo. El bueno de Nerón, que se había apañado con su pienso, me miraba con
cierto rencor, pero viendo como me aposentaba en el sillón ,echó pelillos a la
mar y se acurrucó encima mía. El amo de mi casa, toda para mi, entrecerré los
ojos entrando en un sopor que prometía un sueño placentero. Me despertó el ladrido
del perro, el teléfono sonando, me levanté como un zombi y lo cogí: Tío soy
Jorge ¿esta ahí mi madre? No, tu madre se ha ido con tu tía a Granada.¡Ah¡
bueno ya la llamo yo. Vuelta a despatarrarse, ahora si, para dormir a pierna
suelta. Al cabo de media hora cuando ya estábamos los dos más allá del mundo,
vuelta a sonar el teléfono: Tío soy Noelia ¿Tú sabes si van a subir mi madre y
tu mujer a Granada? Lo se yo, lo sabes tu, lo sabe tu tía y lo sabe la madre
que te parió, bonica. Antes de colgar me dio las quejas por el mal carácter que
estoy echando. De tanto levantarnos y sentarnos el perro optó por buscarse la
vida debajo de la mesa de camilla, lo del mejor amigo del hombre dura dos
telefonazos. No habían pasado quince
minutos cuando vuelve a sonar el teléfono, la tía de Jazztel de todos los
sábados, ni me acordaba. No, no me quiero cambiar de línea, señorita, si acaso
irme a vivir a La Línea, a ver si allí no dan ustedes por el culo, cuelgo, meto
el teléfono debajo de la almohada del cuarto de mi hijo y me pongo a dormir por
cojones, sin gracia ni nada, con los ojos apretados, como un chino comiendo
limones. Me desperté a las ocho, cuando mi parienta aparecía por las puertas,
con cara de pocos amigos. A los hombres, cuando nos pasa esto, echamos cuentas
de lo que hemos podido hacer, pero yo tenia una buena coartada había estado
durmiendo la siesta, claro que como único testigo tenia al perro. Hay que ver
hijo, se puede caer la casa y tu tan tranquilo. ¿Pero que he hecho yo? Nada,
eso es lo que has hecho, te he llamado seis veces, para ver si te compro
calcetines de invierno y no coges el teléfono. Desde estas líneas ,cagarme en
todos los antepasados del señor Graham Bell, por estar trasteando con hilos en
lugar de dormir la siesta.
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