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viernes, 24 de enero de 2020


FUEGOS FATUOS
En mi niñez, los chiquillos hablábamos de las llamas en las tumbas del cementerio, chispazos que los más enterados, explicaban como el  espíritu del muerto, saliendo  a espantar, al cebolla que se atreviera a saltar las tapias del cementerio. Siempre había alguien que decía conocer a alguien implicado, en tal  sucedido con un fiambre, incluso aportaba el dato del referido así como el de la desnortada víctima del espanto.  Cosas de chiquillos, tiempos lejanos por razones de edad, almas cándidas sin acceso a Netflix, ni cosa parecida. Atardeceres propicios  para la conversación hiperbólica, apurando  los últimos momentos juntos,  días de pesadillas y terrores nocturnos, fruto de la imaginación. Nos fuimos haciendo mayores y la inocencia fue cambiando de tonalidad, aprendimos que los fuegos fatuos eran solo una vulgar reacción química, sin darnos cuenta, empezamos a necesitar ver la televisión, para seguir teniendo miedos nocturnos. Pero la vida sigue, aquellos fuegos fatuos, hace años, que ya no le interesan a nadie. El motivo de nuestras pesadillas actuales tienen cierta conexión con aquel fenómeno: La gente vana y estúpida, se ha adueñado de nuestras vidas. Todo el mundo sigue a gente por las redes sociales, gurús de lo absurdo, creando estilo, auténticas sectas de gente fatua,orgullosa de serlo. La auto censura ese es el virus de nuestro tiempo, expandido por una legión de  acólitos, utilizando autopistas digitales, diciéndote lo que tienes que comprar, vestir, y hasta como pensar. Destrozando cualquier posibilidad de pensar por tu cuenta, hemos topado con el reino fatuo de lo políticamente correcto. Toda idea que se salga del carril es rápidamente laminada por la superioridad moral por el analfabetismo digital. Los caminos del pensamiento necesitan, en la actualidad, uso de cadenas, por culpa de la inmensa nevada de idioteces, todas dichas, como no, con lenguaje inclusivo. Si por un casual tu dijeras trabajadores, solo eso (manque en el colectivo hubiera machos y hembras), te habrías ganado el derecho a que un subnormal o varios (esta palabra esta proscrita, por eso la pongo) se indigne y entre en trance. Solo con esa ridiculez, tienes el raro placer de que  te insulte el universo. En este estado de cosas, pensar y hablar, se convierte en una tarea desértica. En las arenas de la auto censura quedaron cientos de palabras, asesinadas por esa plaga que algunos llaman progresismo. Haciendo uso de mi derecho a la disidencia, les diré que el progresismo, el lenguaje inclusivo y la auto censura, son un mantra usado por los que tienen poco o nada que decir, hacer y por supuesto soñar.  En esa balsa de metano, emponzoñada por la corrección política, todavía hay fuegos fatuos, pequeños chispazos intelectuales, que burlan el cerco, de la gran conjura de los necios.  Por eso merece la pena observar las gavillas de idiotas, esperando el momento, del siguiente fuego, sin perder la esperanza. Cuando este se produce, uno sueña con que todo no este perdido.