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miércoles, 17 de abril de 2013


LEPROSOS DEL SIGLO XXI

Cuando en la Edad Media un hombre padecía lepra, la sociedad lo desterraba, situándolo al margen de todo, imponiéndole a partir de ese momento, un cambio de vida radical, con la prohibición expresa de cualquier contacto con la gente “sana”. Condenado a la soledad de los caminos, vagando sin rumbo, cumpliendo la doble maldición, por un lado la enfermedad propiamente dicha y por otro la soledad mas absoluta. El enfermo debía abandonar el lugar donde vivía y comenzar a vagar por el mundo como alma en pena, entre la dejadez y el abandono. Antes de despedirlo del hogar , se le entregaba un ajuar compuesto por una capucha gris, que guardaba de la vista del resto sus horribles heridas, unas botas de piel, un bastón, unas sábana para poder dormir sin tocar nada, una taza, un cuchillo y un plato para que nunca compartiera estos enseres con otros y por último, una campanilla para ir avisando de su presencia y evitar así el contacto a la gente  ¨normal¨. Los enfermos de lepra tenían prohibido acercarse a los molinos, mercados y tabernas. No podían tocar cuerdas o postes en los puentes y no podían beber, tocar o bañarse en los arroyos o ríos. Después de este tiempo de vagabundeo por los caminos, condenado al ostracismo, la muerte se aproximaba ,a ritmo cansino, al inocente, en el mas profunda desolación. Los mas afortunados encontraban  refugio en una leprosería, donde esperaban la muerte llenos de llagas y resignación. Mientras el desgraciado leproso cubría el transito hasta la otra vida, lapso que podía durar algunos años, el resto de la sociedad continuaba con su vida  cotidiana, sin echarle cuenta al pobre desterrado, que afuera aparte de la puta enfermedad, sufría la pena del alejamiento de los seres queridos. La leyenda se cebó con ellos, siempre aparecía alguien que había visto a un leproso atacar a algún caminante u otro al que un ladino enfermo le había contagiado la enfermedad, rumores que ayudaban a adormecer las conciencias. Lo mas canalla del asunto era que para justificar la desgracia del leproso, se le culpabilizaba de la enfermedad, haciendo liviano el sentimiento de culpa, costaba poco  largarlo del pueblo con cuatro cacharros. La conciencia se quedaba tranquila, sociológicamente habían dado con una justificación para tamaño desafuero, ni rastro de cargo de conciencia ante el destierro del enfermo, todos contentos con la solución, menos el pringado de turno, al cual no pedían opinión,  Han pasado siglos pero nuestra sociedad se sigue mostrando, para determinadas situaciones, los mismos síntomas que en la edad media, la explicación oficial es suficiente para declarar leproso a alguien de por vida.  En Motril  hay un leproso por las calles, Javier, sabes quien te digo, lo llevas viendo desde hace décadas, con desapariciones esporádicas, con cargo a la carce. Condenado a vagar como alma en pena, sufriendo el asco y la repulsión de todo un pueblo, y encima pidiéndole que soporte el abandono con educación, sin perder los nervios y haciendo las cosas muy bien, con buenas maneras- Echándole la culpa a él de todo y pasando el trago de darle diez céntimos para olvidarte de lo asqueroso que es, como antaño con los leprosos, ante la imposibilidad de buscar una solución individual, mejor hacerlo parecer peor de lo que es, las conciencias se adormecen con razonamientos ladinos, el miedo lo justifica todo. Mientras el deterioro personal de este hombre se acelera, algunos se ponen de perfil, haciéndose los longuis. Callados están los que tienen en sus manos arreglar tanto desatino, no en vano debemos de recordar que en un estado democrático existe la vía  institucional,  lo que viene siendo la política. Estoy seguro de que esta historia seria otra si Javi tuviera diez millones de Euros, todos los ahora desaparecidos se materializarian para inhabilitarle y compasivamente mandarlo a una residencia para que pasara los dias sin ningun problema, porca miseria. Ya no estamos en el siglo doce, tenemos derechos sobre nuestros gobernantes, capacidad de exigirles que saquen de las calles a Javi y lo ingresen en un centro u lo que sea menester, gastándose el presupuesto de otra cosa (me voy a ahorrar algunas sugerencias que se me ocurren) y si no haciendo un presupuesto para ello, da igual. Es lamentable que nuestro sistema sea capaz de tener un refugio para perros vagabundos y ni siquiera un sitio para Javi. Esta noche el tipo dormirá en cualquier portal, mientras algún cachorro abandonado dormirá calentito, tiene cojones el asunto. Vergüenza para mí, para ti y para nuestra ciudad.    

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