SURF AL TROTE
Bajaba calle Nueva abajo
con la moto,sobre las cinco de la tarde con un frío de ley, a la
altura de la plaza de la Aurora me fijé en dos
jovenzuelos,transitaban con sendas tablas de surf, de esas cortas
que no llegan a un metro de largo, despeinados como de haberse bañado
hacia poco; un escalofrío me recorrió la espalda arrebujándose
dentro del carenado de la moto. De un golpe sentí el peso de los
años, tiene narices, uno con mas frío que una pajarica y los
muchachos de bañarse en la playa en pleno mes de enero. Los
surfistas se suelen concentrar en la playa de Las Chuchas, durante todo el año, mar adentro, esperando la ocasión propicia para remar
frenéticamente y seguidamente erguirse sobre la tabla, haciendo equilibrios, hasta
llegar hasta la misma orilla de esta guisa; a continuación se
acuestan sobre ella y vuelven remando junto a los demás artistas
del oleaje. A estas alturas de mi vida, esta será otra de las cosas
que seguro ya no voy a hacer, lo digo sin rencor, uno tiene que ir
asumiendo que no todo esta al alcance de cualquiera, saber donde esta
el limite es un síntoma de madurez, en este caso lo digo con
conocimiento de causa, les contaré lo que presencié el pasado
verano.
Hacia tan bueno que mi
compadre insistió en que fuéramos a la playa, así que nos instalamos en
las Chuchas para pasar el día con las parientas, el mar estaba como un
plato,ni una ola. Al lado nuestro , a escasos cincuenta metros, los
surfistas se concentraban en la arena, un montón de tablas tiradas
al tres-bolillo, faltas de olas a las que cabalgar.Un hombre, entrado en
años ,venia paseando orilla adelante , al pasar junto a la peña de
surfistas , uno de ellos se dirigió a el llamándole la atención,
eran conocidos , se saludaron y mientras hablaban , el muchacho
mostraba la piara de tablas varadas en la arena y luego señalaba
al mar, apoyándose en otros gestos explicaba algo al hombre,supongo que el funcionamiento del artilugio, este
seguía atentamente los comentarios, observando la tabla
con curiosidad, en un momento determinado el chico hizo una
demostración de equilibrio: Arrancó a correr con la
tablilla debajo del sobaco, paralelo a la orilla , la dejó caer
sobre los escasos diez centímetros de agua de la orilla y se subió
encima deslizándose con facilidad cerca de donde estábamos
nosotros , por lo menos cincuenta metros había recorrido en la
tablilla, con la simpleza que había realizado la maniobra parecía
muy sencillo. Eso debió de pensar el hombre pues le echó mano a la
tabla , sin prestar atención a las objeciones que le estaba poniendo
el muchacho. Estaba tirado , total era arrancarse a trotar,
dejar caer la tabla sobre el lecho arenoso con poca agua y ya
esta, deslizarse como una silfide, paralelo a la orilla.
Era la teoría, en la
practica fue mucho mas difícil; el tipo puso en marcha su voluminoso
cuerpo con la tabla en el sobaco, como si de un portafolios se
tratara, no había coordinación en sus movimientos así que en la
primera intentona ni siquiera atinó con la tabla,pisó en la arena
mientras esta cogía las de Villadiego. En el segundo intento hubo
mas suerte y el voluntariosos aprendiz de surfista se subió en la
tabla pero por poco tiempo, pegó una costalada que recordarla me da
dolor de espalda, el muchacho acudió raudo a ver qué le había
pasado al hombre (aunque yo creo que le preocupaba mas la tabla). El
pobre desgraciado intentaba aparentar estar perfectamente, aunque no
le le salia muy bien, no le quedaba aire ni para quejarse, al cabo de
un minuto el hombre señaló su reloj argumentando lo tarde que era,
continuando su paseo. Al pasar cerca de nuestra sombrilla, el pobre
desgraciado, trataba de mantener la compostura, disimulando con
dignidad pero cada pie que hundía en la fina arena iba acompañado de un
quejido por lo bajini, allá que se fue el eccehomo, remedo de
surfista. Me volví hacia mi compadre y le dije: Compadre ¿probamos
nosotros? , me miró con desprecio ¡Vaya
usted a la mierda compadre¡ ¿Quiere usted que nos pase como al
cebolla ese? !A nosotros ya se nos pasó el arroz¡. Continuamos
echando el día tan ricamente, peleándonos con las parientas y
tomando el sol. Es lo que hay, ni Prozac, ni ansiolíticos, ni
siquiera vida sana. Contra el envejecimiento, lo mejor es un
compadre que te mande a la mierda a tiempo, eso si, hablándote
de usted.
¡Necesito un compadre, Rafa, porque me paso el día rodeado de tierna juventud y al acabar la jornada estoy para el arrastre sin que los que me circundan entiendan porqué!
ResponderEliminarEnhorabuena por tan excelente entrada, amigo.
Gracias José, mi padre decía que era higiénico que alguien te llamara tonto de vez en cuando, como en muchas otras cosas, ahora le doy la razón.
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