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viernes, 18 de mayo de 2012

INTEGRACIÓN A MANO ARMADA


Hace unos días veía con estupor, a un hombre aparcar en un sitio reservado a discapacitados, el tipo estaba de salud mejor que usted y que yo. Sin siquiera sonrojarse usurpó el sitio que por ley no le pertenece. A que negarlo, me encabroné y le dije que por favor quitara el coche, con una mirada displicente me dijo que iba a dejar el niño al colegio, dio media vuelta y se marchó tan ufano, ignorándome. Si el tío hubiera estado mas atento, se habría fijado en coche que tenia al lado esperando, este si que tenia derecho, en el asiento de al lado se podía ver su silla de ruedas. Me dio lastima el niño, por las pocas oportunidades de educarse junto  al pedazo de carne con ojos, que le había tocado como padre. En mi niñez existían pocas medicinas, quizás porque se conocían menos enfermedades. Cuando alguien se iba por las patas abajo, en la actualidad, puede ser que tenga salmonella, colitis, gastroenteritis o algo parecido; antiguamente la cosa estaba más clara: Este niño tiene  cagalera;  te arreaban un sello de Tanagel y a otra cosa, así se llamaban  a unas pastillas con sabor a tierra, mas grandes que el botón de un abrigo, esos si que eran sellos y no los del Forum Filatélico.
En el caso de las fracturas, lo mas innovador es aplicar una sujeción de plástico o una férula para fijar la articulación lesionada. Que diferencia con las antiguas escayolas, había que llevarlas durante una montón de meses, hasta que te la quitaban. Para rascarse se utilizaban agujas de hacer punto, los lápices u lo que fuera menester, con tal de quitarte el maldito picor que daba el yeso, mezclado con roña de muchos días sin lavarse. Infinidad de veces, el brazo o la pierna quedaba peor  que antes de rompértelo, las cojeras posteriores eran consustanciales a la escayola. Durante mi niñez, los chiquillos jugábamos al fútbol en el Peacico Mateo, un solar que hoy ocupa un edificio en la Avenida Salobreña, para más señas donde se encuentra la pizzería El Horno o la heladería Perandres. Entre aquella  chiquillería se podía observar a uno jugando de portero con una pierna enyesada hasta la ingle, producto de un desgraciado atropello. Cuando le marcaban un gol por la pierna mala, se llevaba la correspondiente bronca de sus compañeros, sin echar cuentas de la cojera. En el remoto caso de que el cancerbero intentara justificarse, haciendo hincapié en su dificultad física, era rápidamente callado con un destemplado: ¡No haberte puesto¡ El niño, herido en su orgullo, se remontaba, negándose en redondo a ponerse mas tiempo de  portero, haciendo oídos sordos a las suplicas de los demás, acabando el partido de extremo. Cuando se producía una melé, hacia malabares para darle al balón con la pierna buena, mientras hacia palanca con la otra, acabando la mayoría de las veces por los suelos, ante la indiferencia del resto, más pendientes del juego que del esforzado delantero. Es de justicia decir que el muchacho  le fue cogiendo el tranquillo a la pierna escayolada, tanto que había tardes en que marcaba dos y tres goles. Para nosotros todo estaba muy claro; era uno más y ya está. Nunca acabó de curarse bien de aquella lesión, lo que cual no fue obstáculo para que llevara una vida normalizada. Hoy en día, cuando me cruzo con él por la calle, nos saludamos con la complicidad y el cariño que da el haber compartido juegos infantiles.
La medicina actual es cien veces mejor pero en lo de la integración no hemos avanzado tanto, solo en el discurso: Ni se te ocurra decir cojo, te pueden condenar a galeras. Somos civilizados de boquilla, aquello de cagarse en los muertos del portero cuando le marcaban un gol, es impensable en la actualidad. Con los ciegos pasa lo mismo; hay que decir invidentes, es lo suyo, con la sola excepción de los cupones, entonces se puede decir ciegos, no es molesto, sobre todo si compras, además no pega decir: Me han tocado los invidentes, la única prioridad es la retórica. El lenguaje no es lo que hace daño, sino la actitud excluyente, por desgracia esa no ha desaparecido con el cambio de vocabulario. Respetar a todo el mundo no debiera ser una obligación cívica, sino moral y ética; los niños tendrían que llevarla de serie, forjada por el ejemplo de sus padres. Visto así, no veo yo que ejemplo le da un padre a su hijo dejando el coche aparcado en un sitio reservado a discapacitados, aunque luego, el muy  cabron diga minusválido en vez de cojo. Con todo cariño a aquellos chiquillos, hoy hombres entrados en canas, que supieron soñar un estadio de fútbol, donde la gente solo veía un descampado.

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