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martes, 30 de julio de 2019


Huerfanito



El abandono de perros es una de las lacras del mundo desarrollado, cuanta más abundancia peor tratamos a los animales. El otro día, trabajando con nuestros perros en la zona del Tajo de los Vados, se acercó a la furgoneta de la unidad canina un perrillo famélico. Viéndolo en un estado tan deplorable, decidí llevármelo y tratar de buscarle un dueño. Cuando nos íbamos, me fijé en un bulto blanco que había en el cañaveral, comenté con mi compañero que parecía que había otro por allí. En los días siguientes seguimos trabajando por la zona, lo vimos varias veces y tratamos de echarle mano, no hubo manera, rehuía el contacto con humanos. Una tarde me llevé a un buen amigo, gran conocedor de perros, pensando que entre los dos, lo podríamos coger, nada. Estando por el sitio,  hablamos con un hombre del campo, nos dijo que el perrillo era muy tímido, le echaban los restos de comida y se los llevaba al cañaveral de al lado. Como tenía allí una caseta donde guardaba las herramientas, le propusimos darle unas latas de comida, ponerlas  dentro y si entraba que cerrara la puerta y nos avisara. Le dimos nuestro número de teléfono y nos alejamos a dejar que nuestros perros de trabajo se refrescaran un poco. No habían pasado cinco minutos cuando oímos las voces del labriego, comprendimos que la trampa había funcionado. Con cuidado abrimos la puerta, allí estaba lo mínimo que se despacha en perro, un podenco delgadísimo que solo había sobrevivido gracias al agua del Guadalfeo (la muerte de los perros abandonados suele ser por deshidratación, pero este no iba a ser el caso). Siempre pienso que las cosas pasan por algo, confiaba que estos dos perros alegrarían la vida de alguien, tonto que es uno. Llevamos al perro con su hermano, a los dos días ya era otro animal. La comida era su obsesión al principio pero pronto buscó las caricias humanas, algo desconocido  para él. Y el destino hizo el resto: Me enteré de un conocido que se recuperaba de una grave enfermedad, andaba buscando un perro para su cortijo, quería un perrillo mediano que fuera tranquilo. Las leyendas normandas hablan de las hilanderas, tejiendo  los hilos del destino, este era el caso: el perrillo que algún hijo de puta abandonó,  le iba a dar cariño y compañía a alguien que lo necesitaba para pasar el trago. Hay días que gente corriente es feliz, no porque tenga más sino por haber podido hacer algo por alguien, así pasó esta vez. Allí dejé a blanquito, correteando por la parcela sembrada de aguacates, viniendo de vez en cuando a robar una caricia de un buen hombre. Cuando me iba, antes de cerrar la puerta del cortijo, eché un último vistazo: El dueño  contemplaba el paisaje con mirada tranquila. El perro, apoyada la cabeza , durmiendo plácidamente, encima del único pie del hombre. Todavía tenemos en el campo a su hermano, pero como soy un optimista sin remedio, sé que su dueño anda por ahí. Mientras, lo cuidamos con mimo, para cuando su alma gemela aparezca y la magia funcione como con su hermano.


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