EL VALLE DE JOSAFAT
Mi madre ha pasado de los noventa, conserva todo su conocimiento,
los achaques de la edad los afronta con espíritu alegre y alguna pastilla de ibuprofeno. Su situación la
tiene clara, según ella, hasta hace poco se sentía mayor pero ahora ya se va
sintiendo vieja. Lo expresa sin ningún rencor, es lo que hay, lo que nunca hará
es engañarse, no le pega. Las tardes de los domingos disfruto en compañía de mi
madre junto a mi hermana Mercedes. Cuando sale el tema religioso ella expone su
particular idea de cómo ha de ser el asunto: Tiene una legión de santos a los
cuales hacer peticiones con sus correspondientes oraciones. Para cada uno de su
familia y allegados tiene un santo de guardia, dependiendo del lio en que se
encuentre. En el caso de que alguien esté
pasando un momento malo de trabajo, mi madre acude a San Pancracio. No se
escapa nadie, nuestro sobrino Abdulai lo tiene encomendado a San Martin de
Porres. Hasta Rex, nuestro perro de rescate, cuando tuvo que ser operado de
displasia, tuvo sus rezos, pidiendo por
él a San Roque y para ser sincero con todo éxito, hoy corretea por esos campos
como si nunca hubiera estado inútil. A ver quién es el listo que la convence de que su táctica no funciona. Le
ha ido bien, de modo que lo más prudente es no protestar, su creencia no hace daño a nadie y le permite sentirse útil al servicio de los
demás. Cuando todos hemos pasado tiempos tenebrosos, nunca nos ha faltado la fe
de nuestra madre. Habla tranquila de su final, lo ve natural y hasta hace
chistes sobre el día que entre en el valle de Josafat. Según su versión del
sitio (donde van todas las almas, cuando abandonan este mundo): un lugar bonito
donde se reencontrará con los suyos a esperar el momento del juicio final.
Vamos que es la estación central, donde se junta el personal antes de que te
asignen sitio donde pasar la vida eterna.
Si has sido un canalla, prepárate para ir a las calderas de Pedro Botero. Si por
el contrario, has llevado una vida honesta, te ascenderán al cielo en un
periquete. Los dudosos o aprobados por los pelos, se quedaran en el purgatorio,
una especie de lavadora de pecados, hasta que sean dignos de ir al cielo. Con
los coñones que hay en mi familia, no es de extrañar que hagan sangre sobre el
dichoso valle: Mamá, ¿Entonces en el valle están todos los que ya se fueron y
todos los que estamos aquí? Eso es, contesta ella muy firme. Pero entonces los
que no te caen bien también van allí. Naturalmente, pero yo haré como que no
los veo. Pero madre si el valle tiene que estar de bote en bote, lo mismo te
encuentras con tu ex consuegro o algún ex yerno. Me da igual, encontraré a
tu padre y juntos buscaremos un sitio para estar tranquilos. Mi madre
tiene sus creencias, a ella le funcionan, preparándola para el último paso, con
toda dignidad y señorío. Mamá quédate otro rato con nosotros y luego, cuando
Dios quiera, guárdanos un roal en el valle.
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