PERRERIAS
Una tarde cualquiera de la
semana, Nerón y yo nos echamos a la calle para cumplir con el rito del paseo
perruno vespertino, son casi las nueve de la noche y el perro tiene prisa por
llegar. A paso ligero cruza el aparcamiento del mercado, meando con urgencia en
cinco o seis sitios, no quita la vista del frente, la urgencia no es por mear
es por llegar. Cruza al trote la plaza de los Agustinos y sale al recoveco del
teatro Calderón, caga mirándome a la cara, da dos patadas sobre el piso y sale
a escape para la Plaza de España, paro a
recoger el mojón y lo dejo en una
papelera. Tranquilamente me dirijo a la plaza, aquello es el paraíso perdido de
los canes. Trece o catorce perros (a veces más), juegan entre si mientras los
amos los observan. Los hay de todos los tamaños y todas las razas, todos
parecen llevarse bien. Mi perro que ya tiene diez años, ha rejuvenecido desde
que frecuenta la plaza, corre como un gamo detrás de la pelota entre los demás
perros, ha recuperado las ganas de juego de antaño. Los dueños tratan a todos
los perros con cariño, recordando el ambiente al de una guardería infantil. Los
nombres de los perros habituales son asumidos por el grupo de personas como si
fueran los dueños: La dulce Mikaela, el impresionante Bronco (un labrador
negro), Lucas el bulldog supersónico, Kaiser majestuoso pastor alemán, Bruno el
inadaptado del grupo, Tara la sensible, Noa la velocista, Fran el buena
gente, Dunia la indisciplinada, Arena el
jugador, Niki el perro amable, boby el Beagle divertido, Luna la dálmata
atlética etc.etc. Aparte de los habituales, todos los días se suma algún perro
más al grupo, bien porque pasan por la plaza o porque vienen a quedarse. Cuando
llega un perro nuevo se monta un ritual de admisión a la manada, todo quisque
canino repasa el culo del recién llegado para introducirlo en su escala de
olores. El perro/a soporta estoicamente el examen y oye los ladridos de Bruno,
el perro más díscolo con esto de conocer gente nueva. La convivencia canina
producto de la socialización animal funciona en esa plaza, los egos de los
dueños se dejan fuera, instinto de
manada regulada por canes y dueños. De vez en cuando, la protesta de algún
viandante, distorsiona el ambiente apacible del centro de la plaza. Todo producto
de los prejuicios basados, fundamentalmente, en esa fauna que no recogen los excrementos de
su perro, nada que ver con esta gente que trata bien a su pueblo y a sus
perros. Mañana del día dos de mayo, saco a pasear por las Explanadas a Nerón,
una inmensa montaña de desperdicios corona todo el jardín central del paseo y
las dos vías de los lados. Dos mujeres de la limpieza pelean contra la mierda
rampante, me dicen que han llenado dos contenedores y le quedan otros tres más
por lo menos. Ante tanto desperdicio, opto por tirar del perro e irme a pasear
por otro sitio. Después de ver lo que somos capaces de hacer los humanos yo
tengo una pregunta: ¿De verdad la culpa de la suciedad en las ciudades la
tienen los perros? Mientras escribo esto, mi perro duerme apaciblemente a mis
pies, de vez en cuando abre un ojo controlando la luz de la ventana, espera su
hora de Plaza. Hoy no podemos ir compañero, hay cruces y mañana basura.
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