EL
NOMBRE DE LA CRIATURA
¡Luk!
¡Ven aquí! No es una frase de la guerra de las galaxias, estamos en la
Explanadas, dando un paseo, una madre se dirige a su niño en ese término. El
chiquillo juega con otros niños y la madre espera pacientemente para darle la merienda. Por
lo que se ve, ha quedado obsoleto aquello de ponerle el nombre del padre, el de
algún abuelo o cientos de nombres que nos ofrece el santoral, hay que ir más
allá, clavarle el nombre a dolor al infante. Este, desde que nace, añade, a este valle de lagrimas, la obligación de
arrastrar la lacra nominativa y ocurrente de unos padres con mucha personalidad el resto de su vida. Esto
no quiere decir que no haya nombres en el santoral que son auténticas puñaladas
traperas, todos conocemos algunos nombrecitos que han condicionado el espíritu
del que lo lleva puesto, hasta dejarlo arrugado como una pasa. No es de
extrañar que algunos Rivaldos hayan huido a Brasil a ser felices, por fin,
dejando atrás a su actual familia por sentirse totalmente incomprendidos. Es la
historia de uno de ellos, licenciado en
genética, ciento diez kilos de peso, amante
de la música clásica y con la
desgracia de tener un padre ocurrente, frutero y forofo de un futbolista. Toda
una vida nadando a contra corriente, por culpa de una apresurada y alegre
decisión nominativa (como no la sufres tu qué más da, el caso es demostrarle al
mundo lo original que eres). Antiguamente, dada el alto índice de natalidad,
las posibilidades de colocarte un nombre raro aumentaban según el orden de
nacimiento. Con el primer hijo la cosa estaba clara, se llamaba como el padre o
la madre, el segundo era como las abuelas o los abuelos, el siguiente como el
del padrino o la madrina, pero cuando era una familia de diez hijos siempre
quedaba el recurso de ponerle el santo del día, lotería criminal, en virtud de
la cual, te puedas encontrar a algún: Honorario, Ataulfo,
Ladislao, Pantaleona, Fidelfo y una larga lista de destrozos nominativos, verdaderas
lacras que han marcado la vida de los
que cargan con el nombrecito, por mucho que ellos sostengan lo contrario. El
hecho diferencial está bien pero sin pasarse. Hace poco han llegado noticias de nuestro Rivaldo, el que marchó a Brasil. Son
muy buenas, se ha casado con una escultural mulata, de esas que llevan un
bikini pequeño, tamaño diapositiva, ha encontrado trabajo en lo suyo y van a
ser pronto padres de un hijo al cual van a poner de nombre Manolo, para
que emigre a España, huyendo del puteo
que le harán los brasileños llamándole Manoliño. Ósea que hay vida después de
que te maldigan con un nombre raro, Brasil ha sido la tierra prometida para
Rivaldo. Así las cosas me pregunto yo:
¿Dónde irá el joven Luk a buscar la suya?
No hay comentarios:
Publicar un comentario