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martes, 24 de marzo de 2015

EL HECHIZO DE LAS HADAS

Los niños de nuestra quinta adolecíamos de juguetes electrónicos, no había consolas ni herramientas  electrónicas que nos distrajeran, de tal manera que dedicábamos gran parte de nuestro tiempo a hacer el cafre, dando bandazos por las calles de Motril y a oír contar historias o cuentos  tanto del contorno como los que venían de fuera. Las hadas, según todas las historias, eran de dos clases: las buenas buenísimas y las malas asquerosas. Ambas dos tenían cabida en las historias, dándose el caso de coincidir  en el mismo cuento, cada una cumpliendo con su papel. En mi cabeza ha quedado el sinónimo de hada como la de  conseguidora, arreglando asuntos con su varita mágica, haciendo fácil lo que parecía imposible. Una de las hadas  madrinas más famosa puede que sea la del cuento de Cenicienta, con un puñado de ratones y una calabaza, a fuerza  de varazos (de buen rollo),  apañó una carroza de caballos a todo plan, así , como el que no quiere la cosa. Cuando nacemos, nuestros padres nos buscan los padrinos, para mí, mi madrina ha sido  lo más parecido a un hada que me he encontrado en la vida: Rosario Hernández, casada con Don José Aguado, médico de los de antes, hombre bueno donde los haya y a su vez mi padrino. Llegar a casa de la madrina, en la calle San Francisco, era entrar en otro mundo, subías las escaleras y te encontrabas con el gentío que vivía en aquella casa, toda organizada por la misma persona, desde lo que había dar de comer para toda la  caterva (más los que se apuntaran), hasta el detalle más pequeño. Todo con un humor hilarante, cercano a la payasada en cuanto había oportunidad. En tiempos donde los bancos eran instituciones serias, como entonces no existía internet se daban conformidad a los talones y demás documentos de pago por teléfono. Ocurría una cosa curiosa: El número de aquella casa era muy parecido al de un banco motrileño, se pasaban los días dando explicaciones: No, se ha equivocado usted esto no es un banco, que se habían equivocado, de hecho, cualquiera que cogiera el teléfono, hasta yo, dábamos la misma explicación. Cuando la frecuencia de consultas subía, harta de dar explicaciones, tomaba el toro por los cuernos y se dedicaba a dar conformidad a los talones con desparpajo, cuando colgaba comentaba: A ver si así cambian el teléfono del banco (nunca pensó en cambiar ella el número). Para mí era un mito, el cual se acrecentaba  la fecha  de mi cumpleaños, cuando me soplaba cien pesetas, un capital en forma de billete marrón (cuando fui creciendo cambiaron  los colores del billete). Madrina te debo este artículo porque tú formas  parte de mi paisaje emocional. Enseñándome ese espíritu indomable, fortalecido por la gracia torera que tienes, siempre dispuesta a hacerle frente a lo que toque, sin volver la cara. Por aquellas tortas de sol y sombra del horno de Aguado, por dejarme jugar en el corral y por muchas vivencias más, pero sobre todo haberme regalado durante toda mi vida, la amistad incondicional tuya y de toda tu familia. Además y afuera aparte: el regalo extra de tu hijo Fernando, a la sazón mi compadre y amigo del alma. En definitiva por hacer magia blanca con  el sentido del humor y el cariño que le has puesto a todo lo que has hecho. Mi madrina está muy mal de las piernas y pasa los días rodeada de los suyos. La cabeza le funciona a cien por hora: Sus reflejos son puestos a prueba cada vez que alguna tele-operadora llama preguntando por su difunto marido: Esta de crucero, le explica ella muy educada. ¿Y sabe usted cuándo volverá? Pues no, porque no puedo ponerme en contacto con él. Gracia natural, sin conservantes ni colorantes. A estas alturas tú sigues siendo  mi hada madrina.

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