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viernes, 24 de octubre de 2014

TARJETA ROJA

El fútbol es un idioma universal, no es difícil adivinar lo que va a hacer un árbitro, cuando se echa mano al bolsillo después de pitar una falta grave. Lo más probable es que saque del mismo una tarjeta. Normalmente, si se trata del  primer incidente del agresor, la advertencia se le hará en forma de tarjeta amarilla, si la cosa ha sido más violenta o si es la segunda agresión, la tarjeta será de color rojo, lo que supone para el infractor, la expulsión automática  del terreno de juego. Pero el asunto de las tarjetas ha adquirido una nueva dimensión fuera de los terrenos de juego: Unos listos (España ocupa un lugar privilegiado en listos por metro cuadrado) hacían uso de unas tarjetas de crédito de color negro la mar de curiosas: De tal modo que compraban cosas sin declarar por ellas y lo  más gracioso, sin tener que reintegrar los fondos, lo que podríamos llamar tarjetas a lo polla en lenguaje de la tierra. Si tú eras el afortunado poseedor de plástico negro, podías ir a un restaurante y ponerte ciego a comer y beber sin que tu peculio sufriera lo más mínimo, comprar lo que te saliera del alma con el dinero de otros, sin que el bolsillo se enterara. Ahora no encuentran al inventor de la famosa tarjeta, el caso es que hay unos pocos que batieron record tarjetero yéndose al medio millón de pavos. Es justo mencionar que alguna alma cándida gastó 0,99 euros y algunos ni siquiera la estrenaron, probablemente serian el blanco de las bromas de los más espabilados, país de listos con la vena canalla gorda. Cuando comenzó a destaparse la corrupción a todos los niveles, pensamos que en un cuarto de hora íbamos a acabar con años de latrocinio, pero va a ser muy difícil erradicar la tradición de trincar, un verbo que llevamos con soltura en el territorio patrio. En nuestro escudo debiera de ir incluida una leyenda con el refrán: ¨ No me des y ponme donde haiga¨ A algunos de los que se escandalizan por el latrocinio de las tarjetas los quisiera yo ver con una en el bolsillo. Sería difícil negarse a la tentación, las cifras son certeras, de los ochenta y seis consejeros solo tres no hicieron uso de la posibilidad de coger lo que sabían no era suyo. Extrapolando los resultados, si le diéramos una tarjeta a cada uno de los cuarenta millones de españoles solamente dos millones y pico se estarían quietecicos sin meter mano en el cajón, vamos que se salvarían los jubilados mayores de noventa años y los niños de pecho (que no saben poner el pin de la tarjeta), el resto somos caines en potencia por más que nos las demos de íntegros y formales. A partir de ahí lo que nos queda es  la regeneración de una sociedad , abandonando todos los héroes de barro que hemos construido desde José María El Tempranillo hasta nuestros días, haciendo un valor cotidiano de la honestidad y el sentido cívico, algo que por estas veinticuatro horas parece muy lejano. Todo este trajín de conversaciones sobre las tarjetas, lo oyes todos los días en el foro de cada pueblo, sito en las cafeterías y bares de tu localidad de lunes a domingo. En mi caso solo de lunes a sábado porque a Sergio el del Rex se le ha puesto en sus cojones dejarnos sin café los domingos. Desde aquí hacer un llamamiento a las naciones unidas para que tomen cartas en el asunto, alguien tendrá que mandar cascos azules o lo que sea menester para hacer entrar en razón a este hombre. Sergio, quillo, tu cumples con una labor social, no nos dejes sin sitio para criticar el  domingo, piénsatelo bien. Desde que has cerrado los domingos, la familia de Manolo Montes se está pensando mandarlo a una residencia. 

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