EL LARGO ADIÓS
Tu quien
eres? José Luis, brillante odontólogo, miembro de la Academia de medicina,
amigo de mi familia de toda la vida, es incapaz de reconocerme. Hace unos años
le fue diagnosticada la enfermedad del Alzheimer, a partir de ese momento los
recuerdos se van diluyendo a medida que las neuronas mueren, de tal manera que
el deterioro neurológico acaba con la vida del individuo. El proceso puede
durar años, de forma cruel e inexorable,
la mente va perdiendo fuelle y se agota con el paso de los días. Su hijo
Fernando baja el fin de semana de Madrid a Granada, a dar un relevo al resto de sus hermanos en el cuidado de su padre, aproveché
para ir a verlo, a él y a su padre naturalmente. Mirada vacía, lacia, sin vida,
sentado en el sillón, completamente perdido, eso es lo que me encontré el
sábado cuando vi al hombre que había arreglado las bocas de toda mi familia.
Papá vamos a salir a tomar un café con Rafael, el hombre se levanta como un
resorte, intenta abrocharse el botón de
los calzones, este se le escapa entre
los dedos una y otra vez. Aquel héroe familiar, innovador en técnicas
odontologías, guía en congresos médicos, ahora es incapaz de abrocharse un
botón, su hijo lo hace con delicadeza, no hay palabras, solo humildad de
buen hijo. Paseamos por la Gran Vía, a pasito corto, agarrado del brazo de cada
uno de nosotros, Fernando y yo hablamos de nuestras cosas, él intenta meter
baza, sus ideas no tienen sentido, como barco sin timón, intenta orientarse sin
conseguirlo. Papá ¿ Te acuerdas de Enrique Montero, el padre de Rafa? Sus ojos
se iluminan, acaso un fogonazo de recuerdo. Se vuelve hacia mi, me aprieta el
brazo y me contesta: Ese nombre me suena, no consigo recordar su cara, pero
estoy seguro de que lo conocía. Papá, Rafa es muy parecido a su padre, con
bigote y todo, me mira, intentando buscar en ese cajón de sastre en que se ha
convertido su cabeza, pero nada. Llegamos a Plaza Nueva y allí nos sentamos en
una mesa. Pedimos un café para nosotros y una Fanta de naranja para José Luis,
cuando la amable camarera nos trae las bebidas,
brinda con lo que él cree que es vino y nosotros con nuestros vasos de
café con hielo, hace un discurso que solo llega a farfullar, me levanto y le
doy un beso, sonríe creyendo que ha cumplido, durante un segundo la vida vuelve
a su cuerpo pero luego vuelve a su estado casi catatónico. Nosotros continuamos
hablando de nuestras cosas mientras el intenta seguirnos a mucha distancia, en
ese momento pasa una madre con su hijo en un carrito, lo señala con alegría, su
hijo me dice que ya no conoce a sus nietos pero que le hace mucha ilusión
verlos. Cuando volvemos al portal de casa me despido de Fernando y de su padre
con sendos abrazos, en un arranque de sinceridad me dice: No logro acordarme de
quien eres. Tranquilo, no pasa nada, probablemente el mes que viene, te
visitará un desconocido, con mi misma cara,no lo recordarás pero el te querrá lo mismo que yo te quiero ahora. Se
abraza a mi y me da un beso, abrazo fraternal con Fernando, contemplo como
suben padre e hijo al ascensor y
continuo por Gran Vía adelante en busca del coche. Gracias José Luis por
cuidar de mi y de toda mi familia, siempre estaremos en deuda contigo. Eso me
lo enseñó alguien del que ahora solo recuerdas el nombre y que ya mismo también
olvidarás.
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