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martes, 14 de octubre de 2014

EL LARGO ADIÓS

Tu quien eres? José Luis, brillante odontólogo, miembro de la Academia de medicina, amigo de mi familia de toda la vida, es incapaz de reconocerme. Hace unos años le fue diagnosticada la enfermedad del Alzheimer, a partir de ese momento los recuerdos se van diluyendo a medida que las neuronas mueren, de tal manera que el deterioro neurológico acaba con la vida del individuo. El proceso puede durar años, de forma cruel e  inexorable, la mente va perdiendo fuelle y se agota con el paso de los días. Su hijo Fernando  baja el fin de semana  de Madrid a Granada, a dar un  relevo al resto de sus  hermanos en el cuidado de su padre, aproveché para ir a verlo, a él y a su padre naturalmente. Mirada vacía, lacia, sin vida, sentado en el sillón, completamente perdido, eso es lo que me encontré el sábado cuando vi al hombre que había arreglado las bocas de toda mi familia. Papá vamos a salir a tomar un café con Rafael, el hombre se levanta como un resorte,  intenta abrocharse el botón de los calzones,  este se le escapa entre los dedos una y otra vez. Aquel héroe familiar, innovador en técnicas odontologías, guía en congresos médicos, ahora es incapaz de abrocharse  un  botón, su hijo lo hace con delicadeza, no hay palabras, solo humildad de buen hijo. Paseamos por la Gran Vía, a pasito corto, agarrado del brazo de cada uno de nosotros, Fernando y yo hablamos de nuestras cosas, él intenta meter baza, sus ideas no tienen sentido, como barco sin timón, intenta orientarse sin conseguirlo. Papá ¿ Te acuerdas de Enrique Montero, el padre de Rafa? Sus ojos se iluminan, acaso un fogonazo de recuerdo. Se vuelve hacia mi, me aprieta el brazo y me contesta: Ese nombre me suena, no consigo recordar su cara, pero estoy seguro de que lo conocía. Papá, Rafa es muy parecido a su padre, con bigote y todo, me mira, intentando buscar en ese cajón de sastre en que se ha convertido su cabeza, pero nada. Llegamos a Plaza Nueva y allí nos sentamos en una mesa. Pedimos un café para nosotros y una Fanta de naranja para José Luis, cuando la amable camarera nos trae las bebidas,  brinda con lo que él cree que es vino y nosotros con nuestros vasos de café con hielo, hace un discurso que solo llega a farfullar, me levanto y le doy un beso, sonríe creyendo que ha cumplido, durante un segundo la vida vuelve a su cuerpo pero luego vuelve a su estado casi catatónico. Nosotros continuamos hablando de nuestras cosas mientras el intenta seguirnos a mucha distancia, en ese momento pasa una madre con su hijo en un carrito, lo señala con alegría, su hijo me dice que ya no conoce a sus nietos pero que le hace mucha ilusión verlos. Cuando volvemos al portal de casa me despido de Fernando y de su padre con sendos abrazos, en un arranque de sinceridad me dice: No logro acordarme de quien eres. Tranquilo, no pasa nada, probablemente el mes que viene, te visitará un desconocido, con mi misma cara,no lo recordarás pero el te querrá lo mismo que yo te quiero ahora. Se abraza a mi y me da un beso, abrazo fraternal con Fernando, contemplo como suben padre e hijo al ascensor y  continuo por Gran Vía adelante en busca del coche. Gracias José Luis por cuidar de mi y de toda mi familia, siempre estaremos en deuda contigo. Eso me lo enseñó alguien del que ahora solo recuerdas el nombre y que ya mismo también olvidarás.    

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