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lunes, 22 de septiembre de 2014

Camino de Santiago en olor a santidad

Cuatro amigos de toda la vida (mas de cuarenta años).Lejos quedan aquellos días de mocedad, cuando nos llamábamos compadre de una manera chistosa, hace años que nos fuimos cruzando bautizos hasta legalizar con papeles nuestro compadrazgo. A finales de agosto iniciamos el Camino, habiendo  pasado  de los cincuenta, cada uno con una razón propia y otra común, cual es estar juntos. Un cuadro medico era lo que nos faltaba (uno con varices, otro hipocondríaco, uno nervioso, otro con una rodilla cascada) afuera aparte de ese detalle,  todos estábamos  alegres ante el reto de hacer los ciento y pico de kilómetros de camino. Uno solo se encargó de montar el viaje y el trayecto,el resto siguió en sus quehaceres diarios, hasta unos veinte días antes que comenzaron los nervios por las dudas de si íbamos a ser capaces  de terminar. La primera jornada despierta en el caminante el miedo a lo desconocido;desde el pueblo de Sarria echamos a andar con el material recolectado entre la familia y sobre todo en el Decatlon (mi compadre Fernando dice que el apóstol tiene acciones en esa empresa). La primera cuesta sirvió de terapia para el resto del viaje (el listo que lo organizó,decía que eran cinco etapas llanicas). Maldiciones subidas de tono y votos por lo bajini al ver el repecho,luego  resignación ante lo inevitable: La Mancha es llana y Galicia montañosa. Llegando al final de la primera jornada fritícos, nos sentamos en un bar y trasegamos liquido de todos los colores, incluso agua, y ya que estábamos almorzamos con ansia,después de la peoná que habíamos echado. Repaso acelerado de los daños en las perneras, rentoy con vocerío en un bar, cena a base de Fábes  con angulas y a la cama, buscando el sueño reparador, muy temprano al camino otra vez. Los primeros kilómetros desde Portomarin se hacen en  subida extrema, las alubias de la cena se habían convertido, con el calentón, en gases pegados al ojete,dispuestos a salir al primer descuido. Caras apretadas,tratando de soltar lastre sin herir a nadie, apoyando los bastones con fuerza en la tierra dura, caminando rápido con la esperanza de que el camino se haga llano, solo se oyen los pasos de los caminantes y algún trallazo de las alubias: Usted perdone compadre, ha sido sin querer. No pasa ná compadre,el doliente se desplaza, huyendo de la quema. Veinticuatro kilómetros que logramos terminar en un tiempo prudencial (seis horas), llegada a Palas del rey. A esas alturas habíamos hecho amistad con muchísima gente de todas las edades, dispuesta a compartir un rato, nadie se siente solo y al mismo tiempo se goza de momentos de intimidad para pensar. Al llegar Arzua nos adelanta una turbamulta de italianos vocingleros, con prisa por llegar al albergue antes de que se acaben las camas, tres fornidas veintiañeras transalpinas nos adelantan  oliendo a sudor agrio. Mi compadre Rafalito se arranca con deje del pueblo: ¨Bonicas si habéis perdido el jabón yo llevo una pastilla de Lagarto que lo mata tó¨. Las muchachas no se enteran, de un empujón lo apartan y siguen  a lo suyo. En el pueblo los perdedores del rentoi anterior se sacaron la espina, con sus discusiones y sus golpes de mierda correspondientes (supongo yo que el apóstol no lo tendría en cuenta, un buen rentoi sin votos es puritita farfolla). Desde Arzua salimos temprano, a esas alturas los cuerpos se han aclimatado a la caminata, ya somos de infantería, vas andando, hablando, riendo, recordando anécdotas de toda una vida, contemplando el paisaje y buscando el bar para el desayuno ( un par de ellos cada día). La llegada a Rúa la celebramos con una buena ración de pulpo a feira y una convidá de orujo de hierbas (o dos o tres, no me acuerdo). Mañana será la ultima etapa, planificamos salir temprano. A las cinco y media ya estamos frente al bosque que hay a la salida del pueblo, mas negro que el ojete del demonio, con dos linternas nos ponemos a la faena, atravesamos el bosque y al amanecer ya lo habíamos sorteado, el camino se va dulcificando hasta llegar al monte Do Gozo, nos entran las prisas por llegar, los kilómetros caen lentos, probando la paciencia del caminante. Sobre las doce alcanzamos los arrabales de Santiago, los pies vuelan, conversaciones en voz cada vez mas alta producto de la euforia, la mirada fija en el final, rodeamos la catedral por detrás, oímos una gaita y con el ultimo aliento pasamos por delante de la puerta de peregrinos, cruzamos el arco y ya estamos en la plaza del obradoiro. El abrazo emocionado de cuatro personas entre cientos de peregrinos. Querido Apóstol Santiago: Nosotros no necesitamos un milagro, el nuestro lo traíamos de Motril (cuatro tipos capaces de quererse como hermanos desde el primer suspiro) así que o lo acumulas o se lo das a alguien que lo necesite con urgencia. Probablemente volvamos, lo que seguro que no haremos es comer fábes con angulas para cenar.     

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