Camino de Santiago en olor a
santidad
Cuatro amigos de toda la vida
(mas de cuarenta años).Lejos quedan aquellos días de mocedad, cuando nos
llamábamos compadre de una manera chistosa, hace años que nos fuimos cruzando
bautizos hasta legalizar con papeles nuestro compadrazgo. A finales de agosto
iniciamos el Camino, habiendo
pasado de los cincuenta, cada uno
con una razón propia y otra común, cual es estar juntos. Un cuadro medico era
lo que nos faltaba (uno con varices, otro hipocondríaco, uno nervioso, otro con
una rodilla cascada) afuera aparte de ese detalle, todos estábamos alegres ante el reto de hacer los ciento y
pico de kilómetros de camino. Uno solo se encargó de montar el viaje y el
trayecto,el resto siguió en sus quehaceres diarios, hasta unos veinte días
antes que comenzaron los nervios por las dudas de si íbamos a ser capaces de terminar. La primera jornada despierta en
el caminante el miedo a lo desconocido;desde el pueblo de Sarria echamos a
andar con el material recolectado entre la familia y sobre todo en el Decatlon
(mi compadre Fernando dice que el apóstol tiene acciones en esa empresa). La
primera cuesta sirvió de terapia para el resto del viaje (el listo que lo
organizó,decía que eran cinco etapas llanicas). Maldiciones subidas de tono y
votos por lo bajini al ver el repecho,luego
resignación ante lo inevitable: La Mancha es llana y Galicia montañosa.
Llegando al final de la primera jornada fritícos, nos sentamos en un bar y
trasegamos liquido de todos los colores, incluso agua, y ya que estábamos
almorzamos con ansia,después de la peoná que habíamos echado. Repaso acelerado
de los daños en las perneras, rentoy con vocerío en un bar, cena a base de
Fábes con angulas y a la cama, buscando
el sueño reparador, muy temprano al camino otra vez. Los primeros kilómetros
desde Portomarin se hacen en subida
extrema, las alubias de la cena se habían convertido, con el calentón, en gases
pegados al ojete,dispuestos a salir al primer descuido. Caras apretadas,tratando
de soltar lastre sin herir a nadie, apoyando los bastones con fuerza en la
tierra dura, caminando rápido con la esperanza de que el camino se haga llano,
solo se oyen los pasos de los caminantes y algún trallazo de las alubias: Usted
perdone compadre, ha sido sin querer. No pasa ná compadre,el doliente se
desplaza, huyendo de la quema. Veinticuatro kilómetros que logramos terminar en
un tiempo prudencial (seis horas), llegada a Palas del rey. A esas alturas
habíamos hecho amistad con muchísima gente de todas las edades, dispuesta a compartir
un rato, nadie se siente solo y al mismo tiempo se goza de momentos de
intimidad para pensar. Al llegar Arzua nos adelanta una turbamulta de italianos
vocingleros, con prisa por llegar al albergue antes de que se acaben las camas,
tres fornidas veintiañeras transalpinas nos adelantan oliendo a sudor agrio. Mi compadre Rafalito
se arranca con deje del pueblo: ¨Bonicas si habéis perdido el jabón yo llevo
una pastilla de Lagarto que lo mata tó¨. Las muchachas no se enteran, de un
empujón lo apartan y siguen a lo suyo.
En el pueblo los perdedores del rentoi anterior se sacaron la espina, con sus
discusiones y sus golpes de mierda correspondientes (supongo yo que el apóstol
no lo tendría en cuenta, un buen rentoi sin votos es puritita farfolla). Desde
Arzua salimos temprano, a esas alturas los cuerpos se han aclimatado a la
caminata, ya somos de infantería, vas andando, hablando, riendo, recordando
anécdotas de toda una vida, contemplando el paisaje y buscando el bar para el
desayuno ( un par de ellos cada día). La llegada a Rúa la celebramos con una
buena ración de pulpo a feira y una convidá de orujo de hierbas (o dos o tres,
no me acuerdo). Mañana será la ultima etapa, planificamos salir temprano. A las
cinco y media ya estamos frente al bosque que hay a la salida del pueblo, mas
negro que el ojete del demonio, con dos linternas nos ponemos a la faena,
atravesamos el bosque y al amanecer ya lo habíamos sorteado, el camino se va
dulcificando hasta llegar al monte Do Gozo, nos entran las prisas por llegar,
los kilómetros caen lentos, probando la paciencia del caminante. Sobre las doce
alcanzamos los arrabales de Santiago, los pies vuelan, conversaciones en voz
cada vez mas alta producto de la euforia, la mirada fija en el final, rodeamos
la catedral por detrás, oímos una gaita y con el ultimo aliento pasamos por
delante de la puerta de peregrinos, cruzamos el arco y ya estamos en la plaza
del obradoiro. El abrazo emocionado de cuatro personas entre cientos de
peregrinos. Querido Apóstol Santiago: Nosotros no necesitamos un milagro, el
nuestro lo traíamos de Motril (cuatro tipos capaces de quererse como hermanos
desde el primer suspiro) así que o lo acumulas o se lo das a alguien que lo
necesite con urgencia. Probablemente volvamos, lo que seguro que no haremos es
comer fábes con angulas para cenar.
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