LA ÚLTIMA FRONTERA
Las guerras traen subproductos
propios del ejercicio desbocado de la violencia, dolor a sangre y fuego. Los
paganos de tanta barbarie son los civiles, que por encima de todo y en un primer lugar, tratan de sobrevivir en
la tierra que los vio nacer, pero viendo de la imposibilidad de tal solución,
se echan a los caminos, huyendo del sinsentido de la guerra. El desarraigo es
el primer flagelo, consecuencia del abandono de la tierra y el sistema de vida
tradicional. Un refugiado se convierte en un alma en pena, sin un plan
definido, con una sola idea en la cabeza: huir de la barbarie. Durante un tiempo
hemos visto las tropelías cometidas en Siria por el ejército islámico.
Cientos de miles de sirios han decidido huir de la guerra y de la destrucción
más absurda, para ello se han dirigido, buscando cobijo, a las fronteras de la
Unión europea. Por tierra mar y aire la riada de refugiados crece a cada hora.
La última etapa de la hégira acaba a las puertas de una vieja Europa, paraíso para personas cuyo único delito es haber nacido en
una tierra maldita. Frente a esta cruda realidad los estados se preparan para
asimilar el golpe de ariete de una población de más de medio millón de personas,
buscando acomodo en cualquier sitio, donde no haya un desgraciado que los
degüelle por crímenes tan absurdos como fumar en público o ver la televisión extranjera.
La Europa del bienestar estable, donde el que no tiene comida se la regalan, si
no hay vivienda se le procura un techo, si no tienes dinero te dan una paga y
si te pones enfermo te curan gratis. Sueño de tierra de promisión para
criaturas que llevan años durmiendo presas del pánico entre explosiones y tiros
de los contendientes de una guerra donde
el terror es el único huésped que parece engordar. La política común europea no
está preparada para el reto de asilar a tanta gente, el mecanismo de decisión
comunitario se mueve lentamente (algún día habrá que cambiarlos), mientras
tanto, los refugiados se hacinan en una pequeña franja de tierra frente a la
ultima frontera que los separa de una vida mejor. Pero no podrán espera
eternamente, simplemente porque a los que ya están allí los arrollan los
últimos que van llegando, el problema no hace mas que crecer conforme pasan las
horas. Al otro lado, la gente vive a otro nivel, a un solo metro de distancia
las diferencias son abismales, en el lado de Europa la vida segura y al otro
lado la guerra. El hombre de la calle tiene que elegir entre dejar que el muro
los proteja de la barbarie, dejando tiradas a personas iguales que ellos o
tender la mano y hacer un acto de misericordia. Dentro de cada europeo se
produce la lucha entre la comodidad y la acción. De lo que tu elijas dependerá
que alguien deje de sufrir, pero si vuelves la cara con justificaciones
estúpidas, Europa se mantendrá al margen, pero en ese momento, nos pareceremos
un poco más a la gentuza que cercena cuellos unos cientos de kilómetros al este
de la ultima frontera. Si nos movemos por egoísmo, abandonando a miles de
personas del otro lado, no seremos diferentes de los que usan la gumía para
cortar cabezas. Toda la catástrofe comenzó cuando los países civilizados,
impregnados de ese buenismo absurdo, no le cortaron la cabeza a la hidra que es
el estado islámico. Si los estados se hubieran se hubieran lanzado a una guerra, las calles se hubieran
llenado de manifestantes diciendo: No a la guerra. A ver lo que hacen ahora,
con los enemigos lanzando oleadas de refugiados como un torpedo, al corazón de
la vieja y no tan segura Europa.