EL HECHIZO DE LAS HADAS
Los niños de nuestra quinta
adolecíamos de juguetes electrónicos, no había consolas ni herramientas electrónicas que nos distrajeran, de tal
manera que dedicábamos gran parte de nuestro tiempo a hacer el cafre, dando
bandazos por las calles de Motril y a oír contar historias o cuentos tanto del contorno como los que venían de
fuera. Las hadas, según todas las historias, eran de dos clases: las buenas
buenísimas y las malas asquerosas. Ambas dos tenían cabida en las historias,
dándose el caso de coincidir en el mismo
cuento, cada una cumpliendo con su papel. En mi cabeza ha quedado el sinónimo
de hada como la de conseguidora,
arreglando asuntos con su varita mágica, haciendo fácil lo que parecía
imposible. Una de las hadas madrinas más
famosa puede que sea la del cuento de Cenicienta, con un puñado de ratones y
una calabaza, a fuerza de varazos (de
buen rollo), apañó una carroza de
caballos a todo plan, así , como el que no quiere la cosa. Cuando nacemos,
nuestros padres nos buscan los padrinos, para mí, mi madrina ha sido lo más parecido a un hada que me he
encontrado en la vida: Rosario Hernández, casada con Don José Aguado, médico de
los de antes, hombre bueno donde los haya y a su vez mi padrino. Llegar a casa
de la madrina, en la calle San Francisco, era entrar en otro mundo, subías las
escaleras y te encontrabas con el gentío que vivía en aquella casa, toda
organizada por la misma persona, desde lo que había dar de comer para toda
la caterva (más los que se apuntaran),
hasta el detalle más pequeño. Todo con un humor hilarante, cercano a la
payasada en cuanto había oportunidad. En tiempos donde los bancos eran
instituciones serias, como entonces no existía internet se daban conformidad a
los talones y demás documentos de pago por teléfono. Ocurría una cosa curiosa:
El número de aquella casa era muy parecido al de un banco motrileño, se pasaban
los días dando explicaciones: No, se ha equivocado usted esto no es un banco, que se habían
equivocado, de hecho, cualquiera que cogiera el teléfono, hasta yo, dábamos la
misma explicación. Cuando la frecuencia de consultas subía, harta de dar
explicaciones, tomaba el toro por los cuernos y se dedicaba a dar conformidad a
los talones con desparpajo, cuando colgaba comentaba: A ver si así cambian el
teléfono del banco (nunca pensó en cambiar ella el número). Para mí era un
mito, el cual se acrecentaba la
fecha de mi cumpleaños, cuando me
soplaba cien pesetas, un capital en forma de billete marrón (cuando fui
creciendo cambiaron los colores del
billete). Madrina te debo este artículo porque tú formas parte de mi paisaje emocional. Enseñándome
ese espíritu indomable, fortalecido por la gracia torera que tienes, siempre
dispuesta a hacerle frente a lo que toque, sin volver la cara. Por aquellas tortas
de sol y sombra del horno de Aguado, por dejarme jugar en el corral y por
muchas vivencias más, pero sobre todo haberme regalado durante toda mi vida, la
amistad incondicional tuya y de toda tu familia. Además y afuera aparte: el
regalo extra de tu hijo Fernando, a la sazón mi compadre y amigo del alma. En
definitiva por hacer magia blanca con el
sentido del humor y el cariño que le has puesto a todo lo que has hecho. Mi
madrina está muy mal de las piernas y pasa los días rodeada de los suyos. La cabeza
le funciona a cien por hora: Sus reflejos son puestos a prueba cada vez que
alguna tele-operadora llama preguntando por su difunto marido: Esta de crucero,
le explica ella muy educada. ¿Y sabe usted cuándo volverá? Pues no, porque no
puedo ponerme en contacto con él. Gracia natural, sin conservantes ni
colorantes. A estas alturas tú sigues siendo
mi hada madrina.