Fiambres viajeros
Todas las tardes, cuando paso por delante del tanatorio, no
puedo evitar desparramar la vista a la puerta, a ver cómo va el tema de morirse
en el pueblo. Hay días que está cerrado, cuando se da ese caso, siento cierta
satisfacción al pensar, que ese día, la parca no se ha llevado nadie. Pero si las
puertas están abiertas, no puede significar más que lo contrario, el
sentimiento entonces es de desazón, alguien se ha ido al otro barrio. Dependiendo
de la densidad de gente en la puerta, te haces una idea de la prestancia del
velatorio. A veces la gente sale por la
puerta, lo cual no puede significar más que el finado era muy conocido en la
ciudad. En otras ocasiones, el espacio esta desierto de dolientes o a lo sumo
con dos o tres dolientes al tresbolillo.
La conclusión nacida de la simple observación, es que en esto de morirse hay aforo
variable, los hay de media entrada, de un cuarto y otros, los menos,
llenos hasta la bandera. La asistencia depende muchos factores (el que más debe
saber de esto, seguro que es el encargado del tanatorio, la próxima vez que
vaya a dar un pésame, prometo enterarme). Antiguamente, las esquelas resolvían
cualquier duda sobre las bajas, pero el método se está quedando obsoleto, la
gente lee los periódicos en el móvil y ahí no hay. Para remediar, en lo posible,
el desfase informativo, lo suyo sería poner un marcador electrónico en la
puerta con el nombre del finado y todos los familiares, manera práctica de
acabar con la tan manida excusa de: No me he enterado, tenga menos
probabilidades de colar. Pero aquí no acaba la historia, queda el trance más
vergonzoso para cualquiera que haya tenido a mal morirse en el pueblo, si te
mueres en Motril y has dejado dicho que te incineren, por aquello de no
estorbar una vez que enfilas la salida de este mundo, el lio no ha acabado para
ti y tu desgraciados familiares, iniciaras el ritual africano de la danza del
fuego. Te cargaran en un coche fúnebre y prolongaran la despedida, buscando un
sitio donde meterte fuego. Cuando instalaron el tanatorio lo dotaron de un artilugio
para incinerar, los vecinos le declararon la guerra y la ganaron,
perdiéndola el resto del pueblo. Al tradicional
y progresista grito de: Que lo pongan en
otro roal, consiguieron paralizar un
servicio público a todas luces necesario y por el que la clase política no ha
movido, desde entonces, un dedo. Así las cosas, la historia no acaba con los
hisopazos del cura en el responso, queda
la peregrinación ardiente, buscando horno y urna, donde acomodarte y descansar
de una puta vez en paz. Tú y todos tus familiares ven prolongado el castigo,
afuera aparte del velatorio, con una romería de fuego. Al más puro estilo de la
escopeta nacional, se forma la comitiva flamígera, todos detrás del coche
fúnebre, a huye que te pillo, persiguiendo al único que sabe dónde cae el
crematorio que les ha tocado en suerte. Tantos golpes de pecho de la
politiquería, pegándose el pisto del puerto, de esto, de lo otro y hasta lo de más
allá (se ve que el mas allá lo tienen también
controlado). Tanta farfolla estúpida, de lo buenos que somos, para que un
desgraciado acabe quemado en campo contrario. Oiga y aquí nunca pasa nada, ninguno que se ha
ido dando caramonazos en la caja
buscando lumbre, ha vuelto a dar
las quejas. Todo va bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario