CASAS ENDOSADAS
Convivir con la miseria es un
hábito del hombre, dentro del mayor desarrollo tecnológico que jamás se ha
conocido conviven dos mundos, el de la opulencia rampante y la más absoluta miseria, curiosamente en
esta también hay clases. Cuando paseo a mi perro por el aparcamiento de detrás
del mercado municipal, contemplo como un grupo de personas se dedican, con una
mezcla de fuerza y persuasión a esquilmar a la gente que aparca allí sus
coches. En ese recinto conviven perfectamente los dos sistemas de pago por
aparcar: el de la máquina expendedora de tickets y los gorrillas de toda la vida, cobrando estos su
peaje afuera aparte de los legales. Como ampliación de su negocio, se han
quedado con el traspaso de la puerta de la iglesia de los agustinos, de modo y
manera que cuando suenan las campanas llamando a misa, se colocan en los
quicios de las puertas del templo, como si defendieran un córner, aplicándose al
rito de la mendicidad misericordiosa sin ningún problema. Dos trabajos bien
diferenciados, por un lado presionando al personal y por otro dando lastima,
cada paseo canino observo a los pillos ejercer su actividad con primor, unos
sentados en agradable conversación, mientras uno controla el aparcamiento. Cuando
aparece la vigilante del aparcamiento, se produce el hecho curioso de la
invisibilidad, ambos guardianes del territorio se ignoran, de tal manera que la
convivencia es completa entre los fuera y los dentro de la ley. Gozan de la
protección del estado, el uso de la diplomacia, el de la fuerza, acabo por
pensar que lo único que este grupito necesitaría seria un sitio donde vivir.
Pero hete aquí que lo han encontrado, al lado del parque de las Américas, casi
enfrente del Rex, existen unos terrenos
baldíos llenos de higuerones del tamaño de arboles, ahí se han instalado,
viviendo en condiciones insalubres, sin
que nadie se preocupe de ellos (por allí pasan todo tipo de funcionarios
buscando otras presas más jugosas). Son los mismos que aparcan coches en la
plaza del mercado y los que piden limosna en la puerta de la iglesia. No puede
ser que el único del pueblo que está viendo esto sea un cebolla como yo. Los
espías de consumo, los inspectores de obras, los de sanidad, los municipales y
toda esa larga cola de multadores que tiene el ayuntamiento, cuya misión es recaudar
entre los propietarios de cualquier cosa,
no hayan pasado alguna vez por los sitios donde mea mi perro (este también paga
impuestos) y hayan visto algo extraño. La miseria, a ojos de nuestro ayuntamiento, es invisible,
pero tú, amigo mío, que tienes que pagarles los impuestos, eres de color
fluorescente, visible y evidente para todo lo que se trate de pagar. La
sensación de abandono de una mujer con un niño chico, pagando la mordida a un
tipo mal encarado, que son su sola presencia, hace que la muchacha trague con
cara de frustración. El único valiente que queda en el aparcamiento hace
justicia, mi perro, Nerón, se mea en la bota del interfecto sin que el tipo se entere y continua con un trotecillo alegre hacia la
plaza de los agustinos, la muchacha, que ha visto el acto justiciero, sonríe
ante la extrañeza del cobrador de
mordida, poco acostumbrado a gestos de este tipo. Algo es algo, un perro
haciendo justicia, bien mirado mucho más
de lo que hacen otros que cobran por eso. La mujer pasa al lado del
perro y le da un golpecito en la cabeza, este mueve la cola un par de veces y
sigue a lo suyo.