FUEGOS FATUOS
En mi niñez, los chiquillos
hablábamos de las llamas en las tumbas del cementerio, chispazos que los más
enterados, explicaban como el espíritu
del muerto, saliendo a espantar, al
cebolla que se atreviera a saltar las tapias del cementerio. Siempre había
alguien que decía conocer a alguien implicado, en tal sucedido con un fiambre, incluso aportaba el
dato del referido así como el de la desnortada víctima del espanto. Cosas de chiquillos, tiempos lejanos por
razones de edad, almas cándidas sin acceso a Netflix, ni cosa parecida. Atardeceres
propicios para la conversación
hiperbólica, apurando los últimos
momentos juntos, días de pesadillas y terrores nocturnos, fruto de la
imaginación. Nos fuimos haciendo mayores y la inocencia fue cambiando de
tonalidad, aprendimos que los fuegos fatuos eran solo una vulgar reacción
química, sin darnos cuenta, empezamos a necesitar ver la televisión, para seguir
teniendo miedos nocturnos. Pero la vida sigue, aquellos fuegos fatuos, hace años, que ya no le interesan
a nadie. El motivo de nuestras pesadillas actuales tienen cierta conexión con
aquel fenómeno: La gente vana y estúpida, se ha adueñado de nuestras
vidas. Todo el mundo sigue a gente por las redes sociales, gurús de lo absurdo,
creando estilo, auténticas sectas de gente fatua,orgullosa de serlo. La
auto censura ese es el virus de nuestro tiempo, expandido por una legión de acólitos, utilizando autopistas digitales, diciéndote
lo que tienes que comprar, vestir, y hasta como pensar. Destrozando cualquier
posibilidad de pensar por tu cuenta, hemos topado con el reino fatuo de lo
políticamente correcto. Toda idea que se salga del carril es rápidamente
laminada por la superioridad moral por el analfabetismo digital. Los
caminos del pensamiento necesitan, en la actualidad, uso de cadenas, por culpa
de la inmensa nevada de idioteces, todas dichas, como no, con lenguaje
inclusivo. Si por un casual tu dijeras trabajadores, solo eso (manque en el
colectivo hubiera machos y hembras), te habrías ganado el derecho a que un
subnormal o varios (esta palabra esta proscrita, por eso la pongo) se indigne y
entre en trance. Solo con esa ridiculez, tienes el raro placer de que te
insulte el universo. En este estado de cosas, pensar y hablar, se convierte en
una tarea desértica. En las arenas de la auto censura quedaron cientos de
palabras, asesinadas por esa plaga que algunos llaman progresismo. Haciendo uso
de mi derecho a la disidencia, les diré que el progresismo, el lenguaje
inclusivo y la auto censura, son un mantra usado por los que tienen poco o nada
que decir, hacer y por supuesto soñar. En esa balsa de metano, emponzoñada por la
corrección política, todavía hay fuegos fatuos, pequeños chispazos
intelectuales, que burlan el cerco, de la gran conjura de los necios. Por eso merece la pena observar las gavillas de
idiotas, esperando el momento, del siguiente fuego, sin perder la esperanza.
Cuando este se produce, uno sueña con que todo no este perdido.