Ocho de la tarde, todavía aprieta
el calor, Nerón, mi perro, espera sentado pacientemente en la entrada de la
casa, a que lo saque de paseo, es su derecho y a mi me ayuda a desconectar del
ajetreo de todo el día. Hay gente que piensa
que lo de sacar al perro es una putada, nada mas lejos de la realidad, a
través de los años se ha convertido en un motivo de convivencia más, tiempo de
pasear, ver a los conocidos y charlar con quien se tercie. Se me antoja que a
mas de un cebolla se le aflojaría el carácter recogiendo mierda de perro, gesto
de humildad que debiera estar recetado por la seguridad social. Nos dirigimos hacia el centro por la placeta del Tranvía, al
llegar allí el perro da violentos tirones
de la correa, tratando de alcanzar las pelotas que le pasan por delante del
hocico, los mamones de los niños, el mejor enemigo del perro es un crío. Pero en
esta época lo del juego es tarea secundaria, la obsesión canina es encontrar el
rastro que dejan las hembras en celo, me ha salido un perro artillero y
democrático, le da igual la raza, perra que se deja, madre que embarbeta. Así
las cosas, se pone jodido avanzar: El animal llega a una esquina, huele, sopla e
inspira, absorbiendo la esencia, se queda ensimismado (supongo yo que
imaginándose a la interfecta por el olor)
como un catador de vino, rememorando sueños de pasión, cuando le doy un leve
tirón de la correa a ver si seguimos, ni me echa cuentas, se hace fuerte en el
sitio, poniendo las patas tiesas, atento a la tarea olfativo-sexual. Al cabo de un rato decide
continuar con un trotecillo alegre, no han pasado treinta metros, cuando vuelve
a las andadas, tensa la correa, buscando
otro rastro, el muy cabron, tenorio canino, no atiende a nada, ahora el que
curte la paciencia soy yo. Levanto la vista del suelo y veo a una muchacha dueña de una perrita Westy
preciosa. Entre los dueños de perros existe cierta camaradería y se considera de buena
educación preguntar por ellos. Me cuenta que la ha llevado al veterinario y durante unos dias no podrá sacarla, le
consulto por la enfermedad de la perra: Nada grave, me dice, con la subida de hormonas del celo, se ponía
muy díscola así que decidimos esterilizarla. Nerón levanta la cabeza, como si
lo de la capadura lo hubiera entendido, se sienta junto a nosotros dándonos la
espalda, pero con las orejas para atrás. No me puedo aguantar: ¿Así que se ponía
díscola y la habéis capado?, pues si, contesta ella, Vamos no me jodas, si
hubiera que capar a todo el que se pone díscolo, íbamos a tener todos voz de pito.
Comprendo que me he pasado y rápidamente
le digo que es broma, se va encabronada, rezando una maldición, esta no me
habla en la vida. Le llamo la atención a Nerón, saca pecho orgulloso, gruñendo engallado:
¨ No me eches cojones que te capo ¨, le digo por lo bajini. A partir de ese
momento el perro mea con diligencia, pasa de largo por todos los rastros que
encuentra, mirando de reojo para atrás, controlando donde voy yo y haciéndose
el longui, llega a la casa, se bebe el
cazo del agua entero, la boca seca del susto. Jugarse los cojones esta muy bien, pero perderlos es una putada, eso lo
sabe hasta un perro por muy díscolo que se ponga.