División de opiniones
Lo llevamos en la sangre,
somos de silbar y aplaudir en el mismo segundo, nuestra genética nos
obliga a no estar de acuerdo con nada, sin pensarlo siquiera. Miras a
los que aplauden y si no son de tu cuerda, chiflas a carrillo
hinchado, así somos los del terruño, los prejuicios antes que la
razón. Probablemente tenga que ver con la geografía del terreno,
el pueblo rodeado de montañas, aislados del resto del mundo. El
sentimiento de que todo lo que pasa del túnel para arriba es otra
historia, nuestro horizonte alcanza hasta los restos del Mirador, de
ahí para arriba todo nos importa un huevo. Esa es la esencia que nos
ha arrastrado al desastre, innumerables veces, apeándonos una y otra
vez, del tren del progreso. Así, en frio, yo lo veo y usted también,
pero al rato se nos olvida, volviéndonos a fiar de ese instinto
cerril que nos impide ver mas allá de nuestras narices. Esta actitud
podrá parecer prehistórica pero ya dura ( final del siglo XIX y XX
y si la cosa sigue por donde va, nos quedan años sin poder
evitarlo). Atrás queda aquel espíritu industrial de la comarca, con
ingenios azucareros, evolucionados por gente industriosa.
Fabricábamos azúcar y derivados, dando trabajo a cientos de
personas ,en el campo, las fabricas, talleres de calderería etc.
Dando lugar a la profusión de oficios como el de tornero, calderero,
mecánico, químico y demás técnicos. Toda una batería de esfuerzo
en desarrollo y todo cambiado a pelo por un desarrollo turístico
absurdo, este nos obligó a sustituir las fabricas por
chiringuitos,los mecánicos por camareros, los talleres por
churrerías y a los monderos por lavadores de cubierta de yate.
Recuperar el orgullo por aquel espíritu innovador, no se consigue
negando los avances sociales y técnicos de la actualidad, antes al
contrario, con esos condicionantes deberemos empeñarnos en levantar
un partido, que vamos perdiendo por goleada. Con humildad y trabajo,
deberemos recorrer el camino a la inversa, tratando de dar con la
desviación en la que nos perdimos, abandonando nuestra capacidad de
atrevernos con nuevas iniciativas, alejándonos del camino de
aventuras que incluyan el servilismo y los festivales. Recuperar
nuestra dignidad con la sola receta del esfuerzo cotidiano y mandar
al carajo todo lo que nos lleve a ser el mayor chiringuito de toda
Europa, para eso que se ofrezcan otros. Entre una fabrica y un
palacio de congresos, no hay color, por mucho humo que eche la
chimenea.